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Así en la tierra como en el cielo

La Cueva de la Bruja

Este es un espacio especial, no es un lugar para todo el mundo porque no todo el mundo tendrá las experiencias y la sensibilidad necesaria para entender lo que ocurre en la cueva de la bruja. No voy a decir a quien está dedicado porque su propio contenido os va a dar las pautas.Imaginaos un paisaje onírico, imposible, con unos colores suaves que van desde los distintos tonos del color de la tierra, pasando por los blancos nebulosos y rodeados por los verdes minerales. Sobre una gran roca se apoya el enorme tronco de un árbol con unas formas curvas, sinuosas, femeninas; es sólido pero parece cansado y abatido, por eso descansa contra la roca mientras los musgos y las enredaderas trepan por él. El árbol parece que ha crecido junto a un pequeño arroyo que está flanqueado por rocas húmedas y suaves. Al fondo, unos troncos retorcidos y secos suben por una colina que se pierde contra el cielo. Pero si observamos más despacio comienzan a aparecer cosas que con una simple mirada no se pueden ver. Junto a unos helechos se eleva un pequeño arco de piedra y clavada sobre una húmeda roca está el mango de una espada. Son símbolos que hablan de ruinas del pasado, de leyendas, de epopeyas y todo ello envuelto en un ambiente brumoso e irreal. Y apoyada sobre el tronco del árbol y casi mimetizada con él, aparece una escoba. Es la escoba de la bruja. Por si no lo sabéis, las brujas son esas mujeres viejas y sabias que habitan entornos que solo ellas conocen y a los que solo ellas pueden acceder, porque esos lugares son solo suyos, ellas los crean y los mantienen. El mundo de las brujas es el de la magia, el de la fantasía, el de la naturaleza en sus formas más primigenias. Las brujas acuden allí a descansar cuando la fatiga de vivir en el otro mundo, en el real, las agota. Y montadas en sus escobas, que son tan viejas como ellas, acuden a este arroyo y a estas piedras para alejarse de todos y de todo, para despojarse de sus ropas modernas y ponerse una túnica negra y un gorro puntiagudo. Y allí en aquellas soledades del bosque mítico pueden ser ellas mismas, allí se sienten libres, ligeras, ajenas al peso de los años y los sinsabores. Allí sus corazones agotados y tristes pueden volver a latir al ritmo de la Madre- Tierra.Sí, esta es la guarida de las brujas, su cueva, su refugio, un paraje imposible en un mundo que solo existe en el subconsciente y que encierra todo lo presentido y lo intuido. Pero penetremos en la gruta que se abre al pie de la colina. Allí la tenéis, junto a un caldero ancestral, es la bruja que está mirando el líquido primigenio en el que tuvo su origen la vida. Es una mujer madura, con hermosas arrugas y pelo que se va llenando de hebras de plata, es una mujer que se conoce a si misma y que ha descubierto el poder y la fuerza que se encierran en su interior y que el mundo de fuera del bosque no quiere reconocer. Porque esta mujer es fuerte y poderosa, descifra todos misterios porque ya los ha vivido y por fin los ha sabido reconocer. Esta mujer está cerca de todos los arquetipos, de todos los mitos, de todos los Dioses y si la vida que hay fuera, si todos los demás desean obtener algo de ella, tendrán que acudir a su gruta para pedir su ayuda y la bruja solo saldrá a conceder sus bendiciones cuando lo considere oportuno y justo.

Parece que nos ha visto y que nos sonríe, es más creo que quiere contarnos una pequeña historia. Si os sentáis alrededor del caldero y sabéis escuchar con el corazón ella os regalará esta parábola de sabiduría. Cuando termine de contar su historia, no olvidéis darle las gracias, porque este es un privilegio que la bruja no concede a menudo.

                                       

                                               MENOPAUSIA

  

         Tuvo que dar varias vueltas a la manzana hasta que consiguió, por fin, aparcar el coche. El tráfico en esta enorme ciudad estaba cada vez más complicado y a ella le sentaba muy mal  tener que perder al menos veinte minutos de su tiempo intentando buscar un sitio donde dejar el automóvil después de haber terminado su agotadora jornada laboral.

         Mientras se dirigía al bloque de casas donde vivía, miró el reloj y después al cielo, eran las siete de la tarde y ya casi había anochecido. El invierno tenía los días cortos y las noches largas y a ella esta estación le gustaba. María amaba los días grises y brumosos, la lluvia, el frío que invitaba a la lectura y al recogimiento. Además hoy era viernes y estaba sola. Su marido había salido en viaje de negocios y sus dos hijos hacía tiempo que solo aparecían por casa cuando necesitaban ropa limpia o comida caliente. Así que le esperaba un tranquilo y solitario fin de semana.

         Ya en casa se quitó el abrigo y la ropa de calle. Antes de prepararse algo para cenar puso música y se sentó un rato. Estaba cansada. Últimamente parecía que los años se le habían venido encima de golpe. Aunque todo el mundo le decía lo bien que estaba para su edad, María sentía que su tiempo de juventud ya quedaba muy lejos y los achaques empezaban a aparecer. Le dolía la espalda, no podía ir sin gafas a ninguna parte, cuando estaba todo el día ajetreada se le hinchaban las piernas, la cabeza le dolía con frecuencia, lo de trasnochar con los amigos le costaba cada vez más caro al día siguiente y así podía seguir con una lista interminable de molestias que cada vez iban aumentando más.

         Suspiró mientras escuchaba los acordes de “El Lago de los Cisnes”. Por aquella música maravillosa si que no pasaba el tiempo, nada era capaz de deteriorar esas notas mágicas que siempre le dejaban el alma llena de dulzura. En fin, no quería amargarse el fin de semana y decidió apartar de ella todos esos pensamientos sombríos, aunque sabía que no por olvidarlos iban a desaparecer. Seguro que una buena ducha haría que su ánimo cambiara hacia derroteros más agradables.

         Encendió algunas velas perfumadas que siempre tenía preparadas para los escasos momentos en que estaba a solas, pero sobre todo las usaba porque últimamente no quería ver su cuerpo reflejado en los espejos del baño con la dura luz de los apliques del techo que le devolvían una imagen de si misma que no quería ver, la imagen de una mujer que estaba empezando a envejecer.

         Se sumergió en el agua caliente y dejó que el vapor la rodeara y la adormeciera. Sus músculos parecieron relajarse y la tensión de todo un día de trabajo en la oficina pareció disminuir. Permaneció así un buen rato, con los ojos cerrados y sin pensar en nada más que en la música que se oía desde el salón.

         Salió de la bañera y se envolvió en la toalla. Después de secarse el pelo y aplicarse las cremas oportunas, que últimamente se habían vuelto imprescindibles, fue a su dormitorio y abrió el cajón de la cómoda donde guardaba los camisones y entonces fue cuando reparó en él.

         Solitario e intacto estaba el paquete de compresas sin abrir. En ese momento, María, cayó en la cuenta de que hacía mucho tiempo que no lo había usado. Estuvo tan ocupada con el trabajo y con la casa que había perdido la cuenta y se olvidó de comprobar cuando tuvo su última regla. Con el corazón acelerado salió corriendo hacia la sala de estar donde, en la pared, tenía el gran calendario de faros que sus hijos le habían regalado por navidad y donde apuntaba todas las fechas importantes, porque últimamente no se fiaba mucho de su memoria. Comenzó a pasar las hojas con aquellos hermosos paisajes marinos que tanto le gustaban y que la hacían soñar con viajes fantásticos, pero en esta ocasión no se fijó en las  maravillosas fotos. Comprobó que la última vez que había tenido la menstruación fue hacía tres meses, aquella información la dejó aturdida.

         Por unos momentos se sintió fuera de lugar, sin saber que hacer ni que pensar. Después una terrible palabra comenzó a llenar todo su cerebro ¡¡MENOPAUSIA!!

         ¿Cómo no se había dado cuenta entes? Pero en realidad que más daba, lo cierto es que acababa de descubrir que había entrado de golpe en una etapa que no le gustaba nada.

         Miró sus manos y, de repente, reparó en las pequeñas manchas marrones que aparecían en ellas y que no había visto hasta ese momento. Los bordes de la toalla, en la que aún estaba envuelta, se habían abierto y sus muslos llenos de celulitis se le antojaron más antiestéticos que nunca. Observó sus tobillos y los encontró hinchados, los riñones le molestaban más de la cuenta y su espalda pareció recibir de golpe el peso de los cincuenta años que había cumplido hacía dos meses.

         Sus ojos comenzaron a llenarse de lágrimas y un profundo sollozo la estremeció. Si al menos su marido estuviera en casa, o los chicos, pero estaba sola para enfrentarse con lo inevitable, con un cambio en su cuerpo que no dejaba lugar a dudas: acababa de dar los primeros pasos hacia la vejez.

         Lo que le extrañó era no haber tenido ningún síntoma de esos que todas las mujeres de su edad no paraban de comentar, que si los sofocos, el insomnio, la inapetencia sexual. Ella no había sentido nada de eso, se encontraba igual que siempre, cansada y harta de todo, pero eso no tenía nada que ver con su cuerpo sino con la vida que se había visto abocada a llevar desde hacía muchos años. Por eso le sorprendió tanto esta nueva noticia, porque no se la esperaba, la había cogido por sorpresa.

         Un escalofrío le recorrió la espalda y se dio cuenta de que seguía con la toalla mojada alrededor del cuerpo, lo único que le faltaba, encima, era pillar un resfriado.

         Se levantó y se dirigió al cuarto de baño, terminó de secarse y apagó las velas encendidas. En la cocina se preparó una infusión de tila y se tomó un tranquilizante, no quería pasarse la noche en vela dándole vueltas a la cabeza, estaba cansada y necesitaba dormir.

   

A la mañana siguiente se despertó muy temprano. Al menos había descansado pero seguía encontrándose tan triste y abatida como la noche anterior, así que decidió salir a caminar. Esa era una costumbre que tenía desde hacía años. Caminar era agradable, la relajaba y le permitía pensar; era un tiempo que se dedicaba a si misma todos los días.

         María vivía en una barriada en las afueras de la ciudad, su recorrido habitual, cuando salía a pasear, la llevaba a cruzar por una zona alejada de casas antiguas. Le gustaban mucho aquellas mansiones, la mayoría de ellas cerradas y casi en ruinas, que parecían hablar de antiguos esplendores ya desaparecidos. Siempre le llamaba la atención una de ellas en concreto que estaba protegida por altos muros de cemento pero a través de cuya verja se podía observar el interior. En muchas ocasiones, durante sus paseos diarios por la tarde, María se había asomado a la verja e intentado ver lo que se escondía entre aquellos muros que parecían inexpugnables.

Aquella mañana temprano, cuando caminaba por la calle desierta, aún envuelta en las brumas del amanecer, vio, al pasar frente a la casa, que la reja de la finca estaba entreabierta. Le extrañó, pero enseguida, espoleada por la curiosidad, se asomó. Lo que vio la dejó muy sorprendida. Un extraño jardín se extendía ante ella y aunque estaba abandonado y sin cuidar aún podía apreciarse su antiguo trazado. Parecía que la mañana se presentaba diferente y se alegró, un poco de emoción en la rutina diaria de su paseo siempre era bienvenida,

María, traspuso las altas puertas de hierro y penetró en aquel misterioso recinto. Parecía flotar en el ambiente un aire diferente al que había en la calle, como si todo en aquel lugar fuera más limpio, más real. Le pareció que los colores eran más intensos, que los aromas a hierbas llegaban a su olfato con más fuerza. Comenzó a caminar por un sendero de grava que estaba flanqueado por grandes setos, que en su día estarían recortados, pero que ahora crecían salvajes y descuidados, dando al entorno un aspecto aún más misterioso. Pronto se dio cuenta de que algo extraño pasaba. Desde la calle aquella parcela rodeada de muros no parecía tan grande como ella la estaba viendo ahora y menos aún podía creer que contuviera una especie de bosque como el que se abría ante ella. No, aquello no era posible.

Miró hacia atrás por el camino que acababa de recorrer y vio, en la lejanía, la herrumbrosa verja que estaba cerrada. Su primera intención fue echar a correr y salir de aquel lugar extraño donde las dimensiones no eran lo que parecían, pero algo dentro de ella la detuvo. Ya estaba bien de rutinas, de lógica, de no permitir que en su vida hubiera algo que se saliera de lo normal, algo extraordinario como aquel sitio en el que se encontraba ahora y del que, a pesar de lo que le decía su mente, no pensaba marcharse.

Siguió caminando y el abandonado jardín dio paso a un oscuro y espeso bosque. María había dejado ya de hacerse preguntas, de forma que no quiso pensar qué hacía allí aquella enorme selva en las afueras de su barriada.

Los árboles, de troncos gruesos rodeados por verdes enredaderas, se perdían hacia el cielo. El suelo estaba alfombrado de helechos. Aquel era el bosque más raro que había visto jamás; no parecía real, era como si al penetrar en él hubiera entrado en una dimensión diferente, tal vez la dimensión que tienen los sueños, aunque ella hacía mucho que había olvidado los suyos.

De repente, y como salido de la nada, se alzaron ante ella unas enormes piedras recubiertas de líquenes y musgo verde. A María aquellas moles megalíticas le recordaron a algo primigenio, primitivo, como si esas piedras procedieran de los tiempos en que el hombre comenzaba a caminar erguido.

Despacio y totalmente fascinada, las rodeó y descubrió que entre ellas había un espacio por donde podía introducirse una persona y sin pensarlo dos veces se metió en el interior de aquellas enormes paredes pétreas. Lo siguiente que vio fue un gran agujero que se abría ante sus pies de unos cinco o seis metros de diámetro. Se asomó a su interior y observó que en realidad aquella enorme sima era una escalera de caracol excavada en la tierra y que descendía hasta perderse en las brumas que se veían al fondo.

Si hubiera usado la sensatez habría dado media vuelta y regresado al exterior de aquel extraño lugar, pero María estaba cansada de ser sensata, prudente, precavida, estaba harta de haberse pasado toda su vida utilizando el sentido común y haciendo lo correcto, lo que todo el mundo consideraba apropiado. Y sin darse cuenta exclamó en voz alta:

-¡Ya basta de miedos!

Y sin pensárselo dos veces comenzó a descender por aquella enorme escalera de caracol que giraba sobre si misma y que la conducía hacia las profundidades de lo desconocido.

No pudo calcular cuanto tiempo estuvo descendiendo hacia las entrañas de la tierra, pero conforme lo hacía sentía que las piernas le pesaban cada vez menos, que la respiración se le iba calmando poco a poco y se sentía cada vez más ligera y más ágil. Comenzó a reír, aquello era un mundo al revés y por un momento recordó la caída por el pozo de Alicia en el País de las Maravillas. Lo que le estaba ocurriendo sí que era una maravilla, o más bien un milagro, en plena crisis menopaúsica estaba sintiéndose cada vez más joven y más vigorosa

   

Eva la había oído llegar, abrir y traspasar las verjas. La siguió en su deambular asombrado a través del bosque primigenio y ahora sentía como estaba descendiendo por la escalera excavada en la roca y que conducía directamente al lugar donde ella se encontraba aguardando, como siempre, a que las mujeres valientes que se atrevían a cruzar el umbral del misterio, llegaran hasta ella con toda su carga de dolor y preguntas sin respuestas a sus espaldas.

Eva era tan vieja como su nombre y tan sabia como el mundo. Conocía todos los misterios y todas las contestaciones. Había vivido desde siempre y seguiría allí cuando el resto de la humanidad hubiera desaparecido. Ella era el enlace entre los sueños y la realidad, la explicación a las sinrazones, la memoria de las olvidadas. Nadie la conocía ni la veneraba, no era honrada ni adorada, no tenía rostro ni figura, pero vivía en lo más profundo del inconsciente de todas las hembras y en algún momento, único y sutil, todas las mujeres la habían presentido con la misma rapidez con que luego la habían olvidado...

María estaba terminando su descenso. Ella sentía sus pasos inseguros y sabía que, aunque decidida a llegar hasta el final, estaba asustada. Todas las búsquedas daban miedo.

Eva sonrió y con un gesto de su mano convirtió la gruta subterránea donde vivía en un hermoso palacio de ámbar y coral rodeado por un luminoso valle lleno de flores. Aquel escenario, de cuento de hadas, agradaría a María y así no se sentiría tan asustada. A Eva le gustaba jugar con la imaginación de sus visitantes, darles aquello que siempre soñaron para que, aunque fuera por un corto espacio de tiempo, vieran hecho realidad lo que un día intuyeron mientras dormían o mientras soñaban despiertos mirando al mar.

También decidió cambiar su aspecto, sabía que su imagen podía asustar a la mujer, era demasiado vieja y demasiado sabia como para resultar agradable.

María, con el corazón sobrecogido, terminó de bajar por la extraña escalera que desembocaba en un espacio circular. Enmarcado por unas columnas muy antiguas, se abría un gran arco que parecía ser la única salida. La mujer lo cruzó y tras caminar unos pasos desembocó en un pequeño valle luminoso lleno de flores.

Sonrió, aquello era una locura. Acababa de bajar a las profundidades de la tierra y ahora se encontraba al aire libre en medio del jardín más delirante que nunca había visto, ¿o sí? Por un momento tuvo la impresión de que alguna vez había soñado con un lugar como aquel.

Se dirigió al edificio brillante y extraño que se alzaba en medio del pequeño valle y que le pareció salido de un cuento. Subió unas escaleras transparentes y suaves y penetró en un gran salón donde había una chimenea que ocupaba toda una pared y donde ardía un fuego acogedor, aunque en aquel sitio no hacía frío. De espaldas a ella y junto al hogar, se alzaban dos enormes sillones que a María le parecieron dos tronos majestuosos y supo que uno de ellos estaba ocupado.

-Bienvenida, María, estás en tu casa, ven y acércate al fuego.

Aquella voz que la invitaba le resultó extraña, al principio parecía suave, pero en el fondo notó un timbre ronco y muy profundo, como si procediera de un lugar muy lejano.

Se acercó y se sentó en el gran sillón libre. Miró a la persona que ocupaba el otro y se quedó atónita. Junto a ella estaba una mujer madura y espléndida. Llevaba una túnica roja de terciopelo larga y pesada ceñida por un cinturón dorado. Sus cabellos eran oscuros pero estaban llenos de hebras blancas. El rostro era hermoso y sereno pero los ojos, grandes y negros, le resultaron inquietantes, como si guardarán un oscuro secreto. La dama le estaba sonriendo. Por un momento ninguna de las dos mujeres habló, la anfitriona y la visitante se estaban observando. Eva aguardaba tranquila y María no sabía por donde empezar. Al final las dos comenzaron a reír y el sonido de sus risas las unió y las hizo cómplices. Fue María quien comenzó a hablar.

-No sé que es todo esto, ni quien eres tú, ni en que lugar estoy. Tampoco sé por qué se me ha ocurrido abrir la verja de la casa abandonada esta mañana cuando paseaba.

-Tal vez sea porque estás buscando respuestas a tu tristeza, ¿no crees?

Al oír aquello, María, supo que la mujer que tenía delante la conocía mejor que ella misma y esta certeza hizo que un escalofrío le recorriera el cuerpo. La miró más detenidamente y supo que era mucho más vieja de lo que aparentaba, mucho más vieja de lo que ella podía imaginar.

-¿Quién eres?

-Mi nombre es Eva.

María siguió observándola y de repente pareció comprender.

-¿Eva?, ¿la primera mujer?

-En efecto, la inspiradora de ese nefasto cuento paradisíaco que los cristianos malinterpretaron y se creyeron.

-¿De verdad eres la mujer del Jardín del Edén?

-Así es, María, soy esa Eva y también la protagonista de todos los mitos sobre el origen del mundo y del mal.

María iba a preguntarle que qué hacía allí pero se dio cuenta de que eso era absurdo, tan absurdo como todo lo que estaba viviendo desde que penetró en el recinto de la casa abandonada. Decidió que no haría más observaciones estúpidas.

-¿Por qué me has traído aquí?

-Yo no te he traído, has venido tu sola, como vienen todas aquellas mujeres que son lo suficientemente valientes, inteligentes y lúcidas como para querer conocer la verdad.

-¿Y tú sabes cual es la verdad?

Eva entrecerró los ojos y sonrió.

-¿Acaso no recuerdas que fui yo quien comió el fruto prohibido? ¿Qué arranqué la famosa manzana  del árbol de la ciencia del bien y del mal? Yo soy la más sabia, María, por eso “la serpiente” se dirigió a mí y no a Adán. Solo yo podía entender y conocer la magnitud de lo que me estaba ofreciendo.

-¿Y cual fue ese ofrecimiento?

-Los Dioses me brindaron la capacidad de igualarme  a ellos y convertirme también en “Creadora”. Yo fui el origen de todas las MADRES de la tierra y acepté esa responsabilidad y ese don maravilloso que después se convirtió en mi maldición… en nuestra maldición.

Al oír aquellas palabras las lágrimas acudieron a los ojos de María.

-¿Por qué lloras?

-Yo he perdido la posibilidad de volver a crear.

-Estás equivocada, María, no has perdido nada. Tú has usado tu don correctamente, has gestado, parido, alimentado y criado a dos hijos; te has igualado a los Dioses. Con tu voluntad, tu amor, tu sangre, tu carne y tu leche, has creado y mantenido dos vidas. El mundo ha olvidado la importancia que esto tiene, pero tú has cumplido con tu raza, con la especie, con tu misión y con el destino que yo elegí y que vosotras perpetuáis.

-Pero ahora mírame, Eva, estoy vieja, cansada y ya no sé cual es mi lugar en el mundo.

-Ese es el problema, María, que os han quitado vuestro sitio. Y tú no puedes quejarte, te ha tocado un tiempo y un espacio muy favorables, si yo te contara…

Eva permaneció en silencio y María vio como su rostro reflejaba un dolor y una tristeza tan profundos que volvió a sollozar, pero esta vez no por ella, sino por la mujer que tenía frente a sí.

-No puedes imaginar lo que conozco y lo que he vivido a lo largo del tiempo, María. Como he acompañado en su dolor a todas las mujeres humilladas, sojuzgadas, maltratadas, asesinadas, masacradas. Mujeres que deberían ser veneradas en lugar de sacrificadas por su condición de madres.

‹‹Ellos, que fueron creados para protegernos y cuidarnos, se convirtieron en nuestros carceleros y nuestros verdugos y nos apartaron del lugar que nos correspondía, nos negaron el honor que nos merecíamos, por eso tú ahora no encuentras tu sitio en este mundo.

La expresión del rostro de Eva comenzó a cambiar. La dama se levantó del gran sillón y se acercó al fuego. Después se volvió y se dirigió a María, esta observó que llevaba algo entre las manos que no sabía de donde había salido.

-Mira bien esto y dime si sabes lo que es.

Eva le mostraba una copa dorada. María contestó sin pensar.

-¡Es el Grial!

-Sí, algo que ellos han estado buscando desde el principio de los tiempos y que nunca han encontrado ni encontrarán porque esta copa es nuestra y solo nuestra, está en el interior de todas las mujeres del mundo, es nuestro útero, María, la matriz sagrada generadora de vida que ellos codician y jamás tendrán.

María se levantó y se acercó a la mujer que había regresado junto al fuego que ardía en la gran chimenea. Eva le tendió la copa y ella observó que estaba llena de un espeso líquido rojo.

-¿Es sangre?

-Sí, María, es la sangre menstrual, la antigua sangre sagrada y sabia, el regalo de los Dioses a las mujeres.

Eva inclinó la copa y la sangre comenzó a  verterse sobre el fuego. María la miró horrorizada.

-¡No lo hagas, el cáliz va a quedarse vacío!

-No, el cáliz nunca se vacía.

María volvió a mirar el interior de la copa y comprobó que seguía conteniendo la misma cantidad de sangre.

-¿Ves, María? El hecho de que tú hayas dejado de sangrar solo significa que ya ha llegado el momento en que no vas a desperdiciar tu don, no vas a derramarte más hacia fuera. Ahora tu sangre sagrada te pertenece, va a quedarse en tu interior y va a hacer de ti una mujer nueva, diferente, mucho más poderosa, más sabia, más consciente de quien eres y que por fin va a encontrar su lugar en el mundo.

‹‹Por eso estoy aquí, por eso he permanecido a lo largo de los tiempos, por eso los Dioses me han concedido la inmortalidad, porque os debo esta revelación. Yo os introduje en este destino sin saber que ellos no estarían a la altura de de lo que se esperaba, sin saber las consecuencias que la falta de amor de los hombres supondría para las mujeres. Y ese fue mi auténtico pecado, aceptar un don que debía ser compartido. Pero me dejaron sola; la maternidad no les inspiró ternura sino envidia.

María seguía teniendo los ojos llenos de lágrimas.

-Tú no tuviste la culpa, Eva.

-Eso ya da igual, el caso es que las mujeres han sufrido, sufren y sufrirán porque han olvidado el poder que poseen.

‹‹Pocas sois las que llegáis aquí, María, las que habéis descubierto quienes sois realmente, las que no os conformáis con quedar relegadas al olvido, las que aún sobrevivís después de superar todas las trampas que os ponen a lo largo del camino para que caigáis una y otra vez y así no recordéis vuestro poder y vuestra fuerza.

María estaba estremecida por el dolor que Eva irradiaba, pero al mismo tiempo comenzaba a comprender la importancia de las revelaciónes que la Gran Madre acababa de hacerle. Cayó de rodillas a los pies de Eva.

-Venerable Madre ¿cómo puedo mitigar tu pena?

-Siendo feliz a partir de ahora. Siendo consciente de quien eres y no dejando que el mundo vuelva a hundirte y a humillarte. Esta puede y debe ser la mejor etapa de tu vida. Ahora formas parte de la casta de las supervivientes, del clan de las brujas, esas mujeres viejas y sabias que viven en el interior de ellas mismas, en sus cuevas y que solo salen fuera cuando los demás acuden pidiendo ayuda y ellas deciden ofrecer su sabiduría solo a quienes la merecen. Ahora el poder es tuyo, y tú decides que hacer con él.

Mientras decía esto, Eva puso entre las manos de María, que seguía arrodillada, la copa dorada.

-Llévate este cáliz para que nunca olvides que la menopausia no es una maldición sino una bendición, la recompensa a tu esfuerzo y a tu dedicación. Un estado nuevo y diferente que los Dioses nos regalan para que vivamos en paz y armonía la última etapa de nuestras vidas y así nos preparemos para el gran viaje final.

-¿Y tú, Madre, cuando iniciaras ese viaje y podrás descansar al fin?

-Aún no ha llegado mi tiempo, mientras las mujeres sigan dormidas yo deberé permanecer aquí. Pero no te preocupes por mí, María, mi sufrimiento me protege y si permanezco es porque os amo y el amor es lo que nutre y mantiene al mundo.

   

De repente todo desapareció, el gran salón, el fuego de la chimenea, el valle encantado. María se vio arrodillada ante la verja oxidada y vieja del pequeño jardín de la casa abandonada. Entre sus manos sostenía un pequeño cáliz dorado y cálido. Con aquel precioso regalo apretado contra su pecho, inició el camino de vuelta a su barrio, a su bloque de viviendas y todo le pareció diferente porque ella había cambiado. Su visión de la realidad que la rodeaba y en la que vivía era otra, ya nada sería igual.

Una vez en su casa, guardó cuidadosamente la copa dorada. Aún le quedaba la mayor parte del fin de semana libre y en soledad y estaba dispuesta a disfrutarlo. Fue al salón y puso su música favorita, después entró en el cuarto de baño y encendió la luz, esa luz que la tarde anterior no quiso que iluminara su cuerpo, pero que ahora parecía distinta. Se puso frente al espejo y se fue desnudando lentamente. Observó su espalda algo encorvada, sus pechos caídos, sus caderas abultadas y sus muslos llenos de celulitis y se sintió la mujer más hermosa del mundo. Al fin su cuerpo le pertenecía solo a ella. Acarició su vientre despacio, notando en su interior el poder que siempre había poseído y del que nunca fue consciente.

Llenó la bañera de agua caliente y se sumergió en su interior, dejándose envolver por la fragante espuma que la rodeaba. Mientras escuchaba a Tchaikovsky, María no podía dejar de sonreír.

 

1 comentario

Marcela -

Hola!!

Llegué a esta página indagando sobre un sueño que tuve anoche y es muy parecido a la cueva de la bruja...
Estoy sorprendida porque me siento muy identificada con la presentación, también soy una buscadora y el sueño realmente fue mágico, más aún cuando desperté y se lo conté a mi esposo y el había soñado lo mismo que yo.

Saludos cordiales!!
Marcela