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Así en la tierra como en el cielo

ESCRITOS

EL SEÑOR DE LAS FÁBULAS

         Érase una vez un hombre con la piel morena, el pelo largo y una sonrisa blanca y radiante.                  Ese hombre era un brujo, un sabio, un heredero de antiguas culturas que había recibido un don: podía llenar de luz y de magia el espacio donde él se encontraba. Este hechicero usaba la voz, el cuerpo, las manos y la mirada, para hacer que todos aquellos que estaban junto a él y lo escuchaban, se trasladaran a unos mundos fantásticos donde podían soñar y hacer realidad sus anhelos más imposibles.

                  Si estabas unos minutos con Wayqui, que así se llamaba el brujo, podías creer que el amor verdadero era posible de conseguir, que la paz y la armonía reinaban en el planeta, que la vida tenía sentido, que fue Caperucita Roja quien se comió al Lobo y que Peter Pan decidió crecer y ser un adulto feliz.

                  La gente que escuchaba a este mago, olvidaba por unos momentos sus pesares, sus dolores y se sentían flotar  en medio de nubes de algodón bajo un cielo azul. Porque la voz de Wayqui, sus susurros y sus matices, les hacían crecer alas y podían volar hasta el otro extremo del arco iris y descubrir allí el caldero de las monedas de oro. Wayqui les proporcionaba  todo lo que sus oyentes habían perdido y olvidado, llenaba de color y olor sus vidas monótonas y grises, les daba palabras que sabían a mazapán en Navidad y frases que olían a rosas. Por eso todos lo miraban embelesados, con las bocas abiertas y los ojos brillantes y Wayqui se sentía feliz al saber que hacía felices a los demás.

                  Cuando el mago acababa de contar sus historias y decía eso de …”colorín, colorado, este cuento se ha acabado”, todos aplaudían entusiasmados. Pero Wayqui no podía permanecer con sus oyentes todo el tiempo, era un brujo muy ocupado a quien todos querían escuchar, y tenía que marcharse a seguir contando cuentos. La gente se quedaba triste porque dejaban de oír su voz, dejaban de ver su sonrisa y tenían que regresar a sus existencias duras y aburridas. Pero conforme pasaban los días sentían que algo extraño les había ocurrido. Después de escuchar al hechicero de las palabras, descubrían que si los cuentos de Wayqui podían tener finales felices, tal vez sus vidas también.

                  Ese era el poder del Brujo Wayqui, el Mago de los cuentos, el Señor de las fábulas, no solo contaba historias maravillosas, sino que era capaz  de proporcionar esperanzas y transformar las vidas de aquellos que lo escuchaban.   

EL ENCUENTRO

         Tenía frío, estaba temblando, miró al suelo y no vio sus pies, tenía las piernas envueltas en una espesa niebla que le llegaba a los tobillos, por eso andaba despacio, con mucha precaución, porque no sabía por donde iba. ¿Se había perdido? No, ella había querido venir a este lugar pero no sabía ni donde estaba ni como había llegado hasta allí. Levantó la cabeza del suelo y contempló lo que la rodeaba. Era un sitio extraño y difícilmente definible, parecía un inmenso hangar o el armazón desvencijado de una vieja estación de tren. Todo estaba a media luz, pero no podía precisar si amanecía o estaba anocheciendo porque la niebla que cubría el suelo también se extendía sobre el cielo de aquel lugar, lo que le confería un aspecto fantasmagórico.   Tenía miedo, aquella bruma espesa, la falta de luz, el frío, todo contribuía a asustarla y notaba como su corazón latía con fuerza y la respiración se aceleraba. ¿Qué hacía allí? Lo sensato sería buscar una salida y abandonar aquel lugar siniestro lo antes posible, pero sabía que tenía que hacer este viaje y llegar a aquel lugar desolado porque alguien la estaba esperando. Tenía una cita, aunque no sabía con quien. Por muy aterrorizada que estuviera tenía que seguir adelante, sabía que su encuentro era decisivo para ella y no podía marcharse.

      Siguió caminando despacio, tanteando el suelo con los pies y mirando a su alrededor por si podía distinguir algo. Poco a poco sus ojos se fueron acostumbrando a aquella semioscuridad lechosa y la niebla que lo envolvía todo pareció diluirse lo suficiente como para que pudiera percibir lo que la rodeaba. Eran ruinas, o al menos eso le pareció en un principio. Estaba caminando entre edificios extraños, algunos parecían muy viejos, derruidos o derrumbados por el paso del tiempo, pero otros eran construcciones más recientes, aunque estaban sin terminar, solo quedaban las estructuras y los andamios. Entre medias surgían matojos raquíticos que crecían del suelo y arboles retorcidos y secos que seguían en pie pero que no parecían poseer vida alguna. Jamás hubiera imaginado, ni en sus más absurdas pesadillas, que existiera un lugar así. Solo dos palabras acudían a su mente para definir aquel sitio: desolación y devastación.  

       De pronto, el frío que la rodeaba se hizo más intenso y notó que no estaba sola. Allí había alguien y la estaba mirando. Fijó los ojos en todas direcciones pero no vio a nadie, aunque eso no disminuyó la sensación que tenía de estar siendo observada y desde muy cerca. Entonces, detrás de unas ruinas que se extendían a su derecha y tras uno de sus húmedos muros, notó como salía un extraño vaho y al prestar atención oyó una respiración fuerte y entrecortada. Allí se escondía lo que quiera que fuera, la presencia que ella sentía muy próxima. A pesar del terror que sentía consiguió hablar, aunque su voz sonó insegura y asustada.

         - ¿ Hay alguien ahí?

         No hubo respuesta pero al cabo de unos instantes oyó una risa estridente que le dejó helado el corazón. El sonido procedía de detrás del muro. No se había equivocado. Allí había alguien. Haciendo acopio de todas sus fuerzas comenzó a caminar despacio hacía aquel sitio de donde había surgido la terrorífica carcajada.

         - Yo de ti no seguiría avanzando.

         La frase sonó como un cuchillo cortante y frío. La voz que había emitido aquellas palabras era dura, profunda y rasgada pero ella pareció reconocer  algo familiar, un acento que le resultaba conocido. 

        - No sé que hago aquí ni quien eres tu, pero sé que me estás esperando.

        - ¿Cómo te has atrevido a venir hasta aquí?

         - No lo sé, tan solo tengo la certeza de que tenía que hacer este viaje para llegar a este lugar y hablar contigo.

         El ser escondido volvió a reírse y ella retrocedió asustada

         - Nunca pensé que tuvieras el valor suficiente para llegar tan lejos.

         -¿Entonces me conoces, sabes quien soy?

         - Mejor que tu misma.

         Ella notó que la voz perdía algo de intensidad y le resultó aun más familiar

         - Pero yo no tengo ni idea de quien eres tu, no te conozco, ni sé que lugar es este tan espantoso.

         - ¿Estás segura?

         Al oír aquella pregunta, la mujer volvió a mirar a su alrededor y esta vez notó que las ruinas que la rodeaban le parecían familiares. Se fijó más despacio y reconoció alguna de ellas.

         - No es posible – murmuró sorprendida – aquel edificio del fondo parece el colegio al que fui de pequeña y aquellas escaleras semiderruidas eran las que había en el instituto donde estudié de joven. Giró la cabeza y reconoció más y más lugares y entre ellos vio su habitación en la casa de sus padres, aunque solo quedaba de ella una pared ruinosa y la cama vieja y herrumbrosa.

         - ¡Dios mío! ¿Pero que sitio es este?

         La voz volvió a rugir

         - Es el mundo que tu has creado y donde yo he crecido.

         - ¿Quién eres tu? 

        - Soy una Bestia, tu Bestia, tu obra. Tu me has hecho con lo peor de ti misma, con todo aquello que siempre ocultaste, que no quisiste ver, que no deseabas arreglar porque te resultaba demasiado doloroso. Me has alimentado día tras día, año tras año con tu odio, con tu resentimiento, con tu cobardía y tu debilidad. En este mundo tan siniestro y que tan poco te gusta ibas dejando los desperdicios de tus frustraciones, el dolor de tus sueños rotos y con todo eso yo iba creciendo y haciéndome cada vez más fuerte. Llevo años recibiendo de ti todo lo que necesito para vivir y desarrollarme y ahora soy tan potente como tu y dentro de poco quizás te supere, porque tu debilidad me hace más poderosa, tu miedo me hace más valiente, tu odio me da más energía y tu dependencia me hace más libre.

         La mujer escuchaba estas palabras petrificada, no podía moverse, estaba oyendo aquella tremenda acusación y no podía rebatir ni un solo punto porque todo era cierto, la Bestia no mentía, le estaba diciendo la verdad y ella reconocía como auténticas cada una de sus palabras.

         - ¿No te gusta lo que estás oyendo? Ahora tienes que enfrentarte a mi, aquí no hay escapatoria posible. Este es un mundo donde no puedes engañarte ni engañar, donde no valen los trucos y donde las cosas no se pueden esconder o dejarlas para otro momento. Aquí solo estamos tu y yo, desnudas, sin nada y sin nadie más.

         La mujer vio como una sombra se arrastraba tras el muro y al cabo de unos instantes la Bestia se mostró ante ella. Lo que vio la dejó sin aliento. Aquella criatura era ella misma, tenía su cuerpo, su rostro, su cabello y en sus ojos se reflejaba todo el horror, la soledad, la amargura y el fracaso que ella había vivido y olvidado. Pero la Bestia lo recordaba , todo estaba presente en su interior, en el fuego que corroía sus entrañas. Al ver a aquel monstruo se vio a si misma y entonces comprendió muchas cosas. Supo que si no se enfrentaba y luchaba con ella acabaría saliendo de aquel lugar y llenaría de oscuridad y de terror el resto de lo que le quedara de vida y entonces habría ganado para siempre. 

        Aquella revelación hizo que las lagrimas acudieran a sus ojos. Comenzó a llorar y con cada lagrima vertida comenzó a aparecer en sus manos una cadena que poco a poco se fue haciendo cada vez más fuerte y más larga y ella reconoció el nombre de cada uno de los eslabones que la formaban, eran el valor, la fe, la tenacidad, el amor, la amistad, la capacidad para crear, la paciencia, el tesón, la esperanza...   

      Al ver aquella cadena resplandeciente la bestia comenzó a rugir llena de rencor y de odio y se abalanzó sobre la mujer, pero esta consiguió esquivarla de un salto y, poniéndose a su espalda, le tiró la cadena al cuello. Al instante la Bestia quedó atrapada e inmovilizada.

         La mujer contempló como la criatura se revolcaba en el suelo y daba aullidos de dolor que retumbaban en medio de aquel lugar húmedo y brumoso, que aprecia temblar con el horror de la Bestia.

         - Ahora ya no te temo y se como puedo vencerte.

         - ¡No pienses que has ganado! ¡No seas ilusa! – gritó la Bestia desde el suelo.

         Ella miró entristecida a aquel monstruo doliente

         - ¡No me compadezcas, eso no lo soporto! – y arrastrando la cadena volvió a esconderse tras el muro.

         La  mujer comenzó a caminar. Ahora sabia como salir de allí, de aquel mundo que también era el suyo. Ya no era la misma, había cambiado, se conocía y sabía quien era, y sobre todo sabía que no podría descansar jamás, que solo había ganado un batalla pero que la guerra continuaría hasta el fin de su vida. Se sintió cansada y vio ante si una luz cálida e intensa que le indicó que pronto saldría de aquella oscuridad malsana, pero antes de abandonar aquellas ruinas inmundas oyó, en la lejanía, la risa y el rugido de la Bestia. 

        - ¡Volverás por aquí! ¡Pronto tendrás que enfrentarte de nuevo conmigo y entonces ya veremos quien gana! ¡Jamás podrás matarme porque entonces desapareceríamos las dos para siempre! 

        Y con aquellas palabras resonando en sus oídos salió al exterior. 

LA MONTAÑA MÁS ALTA DEL MUNDO

             Le costaba trabajo respirar. Tuvo que sentarse sobre una piedra para recuperar el aliento. Aquella subida había sido dura, muy dura o tal vez fuera que él se estaba haciendo viejo y se sentía más cansado de lo habitual. Esperaba que aquella fuera la última vez que tuviera que escalar. Por fin había llegado a la Montaña Más Alta del Mundo y había conseguido alcanzar su cima.

            Esa era la historia de su vida. Subir montañas, llegar hasta las más altas cumbres; a eso había dedicado todo su tiempo y todo su esfuerzo, a enfrentarse a los retos, a las dificultades que unas veces estaban provocadas por él mismo y otras le venían dadas. Sabía que solo con esfuerzo y sufrimiento se podía llegar al final.

            Él no quería ser como la mayoría que se limitaba a caminar por los senderos que ya estaban trazados, eran amplios, brillantes y estaban muy transitados; pero todos iban y venían en manadas, siguiéndose los unos a los otros. Muchas veces él los había visto desde alguna de las montañas y comprobaba como aquellos amplios y lisos caminos no conducían a ninguna parte y en muchas ocasiones estaban diseñados en círculos, de manera que todos se limitaban a dar vueltas una y otra vez. Él no comprendía como no se daban cuenta, como no eran conscientes de lo absurdo de su caminar; pero no había nada que pudiera hacer por ellos. Muchas veces había intentado persuadirles, que era mucho mejor abandonar aquella locura y tomar otros senderos, aunque estuvieran solitarios y fueran más duros.

            Él les hablaba del placer de escalar, de las maravillosas vistas que se observaban desde las cumbres, de lo agradable que era sentir el viento en la cara; pero los demás lo miraban con horror, como si estuviera loco, como si fuera diferente…y de hecho lo era.

            Hace tiempo que tenía conciencia de lo que le había ocurrido, de su transformación física. Al principio no le dio importancia, pero poco a poco se hacía evidente que algo le estaba pasando. En ningún momento sintió miedo, sabía que lo que estaba creciendo en su frente y en su espalda no era más que el resultado de su transformación interior.

            Los pequeños cuernos aterciopelados que sobresalían de sus sienes eran producto del esfuerzo, del dolor de las escaladas, de los continuos fracasos y derrotas, de su lucha contra las montañas; eran la señal inequívoca de que había sobrevivido a todas las desolaciones y eso que habían sido muchas. Ya casi no recordaba cuantas veces se había caído y había vuelto a levantarse, pero nunca abandonó, nunca se dio por vencido y continuó subiendo montaña tras montaña, cordillera tras cordillera hasta llegar al sitio en el que se encontraba ahora.

            Las alas le habían salido un tiempo después. Al principio eran pequeñas, pero fueron creciendo poco a poco hasta convertirse en unas majestuosas extremidades cubiertas de plumas blancas que llegaban casi hasta el suelo. Nadie le había dicho nunca por qué ni para que las tenía, pero él estaba seguro de que eran para volar y que le habían crecido como respuesta a todo su esfuerzo por subir cada vez más alto, por llegar a las cumbres, por no seguir esos senderos que no conducían a ningún lugar.

            Sus peculiaridades físicas terminaron por alejarle completamente de los demás, no porque él lo deseara sino porque sus semejantes no lo querían, era demasiado raro, demasiado diferente y en el fondo de sus corazones sentían envidia de lo que ellos llamaban “sus deformidades”.

            Sufrió mucho a causa del aislamiento al que se vio sometido, pero con el tiempo la soledad se convirtió para él en una excelente compañera de viaje. A pesar del rechazo de los demás no perdió la fe, ni el empeño y continuó escalando montañas hasta que por fin llegó a la última de todas, la única que le quedaba por superar, la Montaña Más Grande del Mundo.

            En llegar hasta su cumbre, donde se encontraba ahora, había invertido sus últimos años y sus últimas fuerzas. Llegaba cansado, viejo y solo, pero con la certeza de que al fin lo había conseguido. No le importaban los sacrificios, las renuncias, los fracasos, los años de luchas, las soledades; todo lo daba por bien empleado porque ahora tendría su recompensa, la que se habían ganado aquellos que conseguían subir a aquel lugar.

            Suspiró y se levantó despacio de la piedra en la que había estado descansando. Caminó lentamente hacía el borde de la cima y contempló el mundo que se extendía a sus pies. Pero no era el mundo lo que le interesaba sino el cielo que se desplegaba sobre su cabeza, azul e infinito. Era ese cielo lo que él deseaba, era su misterio, las promesas que escondía, su infinitud lo que siempre lo fascinó y por lo que había luchado tanto.

            Miró a su espalda y sintió un ligero hormigueo entre los hombros. Nunca antes había movido sus alas, nunca había intentado volar porque sabía que solo podría hacerlo desde la Montaña Más Alta del Mundo, pero ahora, al fin, había llegado el momento.

            Cerró los ojos, se concentró y agitó sus extremidades plumosas. Las alas se abrieron majestuosas y comenzaron a moverse, lentamente al principio y con fuerza al final. Abrió los ojos, el aire que sus alas generaban le movía el cabello y hacía que sus vestiduras se le pegaran al cuerpo, pero no se elevó, sus pies seguían pegados al suelo y el cielo permanecía igual de lejano que siempre.

            Intentó no ponerse nervioso; seguramente estaba haciendo algo mal, volvería a intentarlo. Movió de nuevo sus alas y estas respondieron a sus impulsos, pero seguía sin elevarse. De pronto comprendió y aquella certeza lo golpeó en el alma como un latigazo. Sus alas no servían para volar, solo eran un adorno, un regalo a cambio de sus esfuerzos, pero nada más.

            Volvió a mirar al cielo que antes le parecía tan hermoso y lo encontró nublado y ajeno. Nunca llegaría hasta él, el cielo le estaba vedado. Había sido un iluso; tantos esfuerzos, tantas esperanzas, tantas certezas y todas inútiles.

            Se apartó del borde y regresó a la piedra. Puso sus manos en la espalda, tocó el nacimiento de sus alas y con un enorme esfuerzo tiró de ellas hasta arrancarlas de su cuerpo. Un enorme dolor lo recorrió de arriba a  abajo y un grito de desesperación salió de su garganta. Las lágrimas corrían por su rostro y la sangre manaba de sus heridas. Pero no era el dolor físico lo que lo ahogaba, sino el dolor que sentía en el corazón.

            Sin mirara atrás, comenzó a caminar y a descender de la montaña. El aire secaba las lágrimas de sus ojos, dejándole un rastro salado en la cara y las gotas de sangre que caían  de su espalda manchaban la tierra tras él. Se sentía vació, triste, defraudado. Se había hecho ilusiones vanas, pensó que sus sueños podrían cumplirse, pero en realidad nunca nadie le dijo que podría volar y así acercarse al cielo que tanto anhelaba; era cierto que esa certeza solo era suya y, evidentemente, se había equivocado. Ya no había futuro para él, ya no tenía esperanzas, tan solo podía incorporarse de nuevo al mundo del que había querido escapar pero al que estaba condenado a regresar.

            Nunca más volvería a mirar al cielo, nuca más haría caso de sus intuiciones ni de sus corazonadas y sobre todo, no volvería a soñar. Se convertiría en un ser como los demás y pasaría el resto de su vida caminando en círculos con la seguridad de que jamás llegaría a ninguna parte. Siempre estaría maldito pues ahora conocía la verdad y esta no le había hecho libre sino esclavo de su propia sabiduría.

            Sobre la cima de la Montaña Mas Alta del Mundo, el viento dispersaba las plumas blancas de unas alas manchadas de sangre.