LA MONTAÑA MÁS ALTA DEL MUNDO
Le costaba trabajo respirar. Tuvo que sentarse sobre una piedra para recuperar el aliento. Aquella subida había sido dura, muy dura o tal vez fuera que él se estaba haciendo viejo y se sentía más cansado de lo habitual. Esperaba que aquella fuera la última vez que tuviera que escalar. Por fin había llegado a la Montaña Más Alta del Mundo y había conseguido alcanzar su cima.
Esa era la historia de su vida. Subir montañas, llegar hasta las más altas cumbres; a eso había dedicado todo su tiempo y todo su esfuerzo, a enfrentarse a los retos, a las dificultades que unas veces estaban provocadas por él mismo y otras le venían dadas. Sabía que solo con esfuerzo y sufrimiento se podía llegar al final.
Él no quería ser como la mayoría que se limitaba a caminar por los senderos que ya estaban trazados, eran amplios, brillantes y estaban muy transitados; pero todos iban y venían en manadas, siguiéndose los unos a los otros. Muchas veces él los había visto desde alguna de las montañas y comprobaba como aquellos amplios y lisos caminos no conducían a ninguna parte y en muchas ocasiones estaban diseñados en círculos, de manera que todos se limitaban a dar vueltas una y otra vez. Él no comprendía como no se daban cuenta, como no eran conscientes de lo absurdo de su caminar; pero no había nada que pudiera hacer por ellos. Muchas veces había intentado persuadirles, que era mucho mejor abandonar aquella locura y tomar otros senderos, aunque estuvieran solitarios y fueran más duros.
Él les hablaba del placer de escalar, de las maravillosas vistas que se observaban desde las cumbres, de lo agradable que era sentir el viento en la cara; pero los demás lo miraban con horror, como si estuviera loco, como si fuera diferente…y de hecho lo era.
Hace tiempo que tenía conciencia de lo que le había ocurrido, de su transformación física. Al principio no le dio importancia, pero poco a poco se hacía evidente que algo le estaba pasando. En ningún momento sintió miedo, sabía que lo que estaba creciendo en su frente y en su espalda no era más que el resultado de su transformación interior.
Los pequeños cuernos aterciopelados que sobresalían de sus sienes eran producto del esfuerzo, del dolor de las escaladas, de los continuos fracasos y derrotas, de su lucha contra las montañas; eran la señal inequívoca de que había sobrevivido a todas las desolaciones y eso que habían sido muchas. Ya casi no recordaba cuantas veces se había caído y había vuelto a levantarse, pero nunca abandonó, nunca se dio por vencido y continuó subiendo montaña tras montaña, cordillera tras cordillera hasta llegar al sitio en el que se encontraba ahora.
Las alas le habían salido un tiempo después. Al principio eran pequeñas, pero fueron creciendo poco a poco hasta convertirse en unas majestuosas extremidades cubiertas de plumas blancas que llegaban casi hasta el suelo. Nadie le había dicho nunca por qué ni para que las tenía, pero él estaba seguro de que eran para volar y que le habían crecido como respuesta a todo su esfuerzo por subir cada vez más alto, por llegar a las cumbres, por no seguir esos senderos que no conducían a ningún lugar.
Sus peculiaridades físicas terminaron por alejarle completamente de los demás, no porque él lo deseara sino porque sus semejantes no lo querían, era demasiado raro, demasiado diferente y en el fondo de sus corazones sentían envidia de lo que ellos llamaban “sus deformidades”.
Sufrió mucho a causa del aislamiento al que se vio sometido, pero con el tiempo la soledad se convirtió para él en una excelente compañera de viaje. A pesar del rechazo de los demás no perdió la fe, ni el empeño y continuó escalando montañas hasta que por fin llegó a la última de todas, la única que le quedaba por superar, la Montaña Más Grande del Mundo.
En llegar hasta su cumbre, donde se encontraba ahora, había invertido sus últimos años y sus últimas fuerzas. Llegaba cansado, viejo y solo, pero con la certeza de que al fin lo había conseguido. No le importaban los sacrificios, las renuncias, los fracasos, los años de luchas, las soledades; todo lo daba por bien empleado porque ahora tendría su recompensa, la que se habían ganado aquellos que conseguían subir a aquel lugar.
Suspiró y se levantó despacio de la piedra en la que había estado descansando. Caminó lentamente hacía el borde de la cima y contempló el mundo que se extendía a sus pies. Pero no era el mundo lo que le interesaba sino el cielo que se desplegaba sobre su cabeza, azul e infinito. Era ese cielo lo que él deseaba, era su misterio, las promesas que escondía, su infinitud lo que siempre lo fascinó y por lo que había luchado tanto.
Miró a su espalda y sintió un ligero hormigueo entre los hombros. Nunca antes había movido sus alas, nunca había intentado volar porque sabía que solo podría hacerlo desde la Montaña Más Alta del Mundo, pero ahora, al fin, había llegado el momento.
Cerró los ojos, se concentró y agitó sus extremidades plumosas. Las alas se abrieron majestuosas y comenzaron a moverse, lentamente al principio y con fuerza al final. Abrió los ojos, el aire que sus alas generaban le movía el cabello y hacía que sus vestiduras se le pegaran al cuerpo, pero no se elevó, sus pies seguían pegados al suelo y el cielo permanecía igual de lejano que siempre.
Intentó no ponerse nervioso; seguramente estaba haciendo algo mal, volvería a intentarlo. Movió de nuevo sus alas y estas respondieron a sus impulsos, pero seguía sin elevarse. De pronto comprendió y aquella certeza lo golpeó en el alma como un latigazo. Sus alas no servían para volar, solo eran un adorno, un regalo a cambio de sus esfuerzos, pero nada más.
Volvió a mirar al cielo que antes le parecía tan hermoso y lo encontró nublado y ajeno. Nunca llegaría hasta él, el cielo le estaba vedado. Había sido un iluso; tantos esfuerzos, tantas esperanzas, tantas certezas y todas inútiles.
Se apartó del borde y regresó a la piedra. Puso sus manos en la espalda, tocó el nacimiento de sus alas y con un enorme esfuerzo tiró de ellas hasta arrancarlas de su cuerpo. Un enorme dolor lo recorrió de arriba a abajo y un grito de desesperación salió de su garganta. Las lágrimas corrían por su rostro y la sangre manaba de sus heridas. Pero no era el dolor físico lo que lo ahogaba, sino el dolor que sentía en el corazón.
Sin mirara atrás, comenzó a caminar y a descender de la montaña. El aire secaba las lágrimas de sus ojos, dejándole un rastro salado en la cara y las gotas de sangre que caían de su espalda manchaban la tierra tras él. Se sentía vació, triste, defraudado. Se había hecho ilusiones vanas, pensó que sus sueños podrían cumplirse, pero en realidad nunca nadie le dijo que podría volar y así acercarse al cielo que tanto anhelaba; era cierto que esa certeza solo era suya y, evidentemente, se había equivocado. Ya no había futuro para él, ya no tenía esperanzas, tan solo podía incorporarse de nuevo al mundo del que había querido escapar pero al que estaba condenado a regresar.
Nunca más volvería a mirar al cielo, nuca más haría caso de sus intuiciones ni de sus corazonadas y sobre todo, no volvería a soñar. Se convertiría en un ser como los demás y pasaría el resto de su vida caminando en círculos con la seguridad de que jamás llegaría a ninguna parte. Siempre estaría maldito pues ahora conocía la verdad y esta no le había hecho libre sino esclavo de su propia sabiduría.
Sobre la cima de la Montaña Mas Alta del Mundo, el viento dispersaba las plumas blancas de unas alas manchadas de sangre.